Mientras el Gobierno se ufana de sus triunfos políticos, conseguidos a base de un despliegue inédito de propaganda en la que no escatiman los ofrecimientos y promesas, un peligroso estancamiento ronda al país. Las cifras del año anterior dan cuenta que la economía no llegó a crecer más allá de un 2%. En este año el porcentaje sería similar. Insuficiente desempeño para un país que necesita expandirse a tasas aceleradas, pues la pobreza castiga a enormes segmentos de la población.
Si a esto añadimos que la inversión local y foránea es escasa, se configura un escenario preocupante porque, al parecer, estamos marchando sobre el mismo terreno. Pero no sólo eso, sino que al estar sometidos a variables fuera de nuestro control nos hemos convertido en una economía dependiente de la suerte que corra el precio de nuestro principal producto de exportación. Los ideólogos de estas rebautizadas teorías que en el fondo no son sino la exacerbación de los populismos de viejo cuño, advierten del riesgo de confiar el éxito económico únicamente a la capacidad de inversión del Estado.
Al menos existen dos elementos que contribuyen a crear dudas sobre el éxito del modelo planteado. El primero, la poca capacidad de gestión dentro en los entes encargados de llevar adelante proyectos de enorme envergadura que, sin suda, para coronarlos con éxito demandan experiencia anterior y conocimientos especializados. Eso sin mencionar la característica estatal inundada de trabas burocráticas que atentan contra una gestión eficiente. El otro, la escasez de recursos para tantas necesidades con el riesgo potencial que, acabada la bonanza petrolera, muchos de los proyectos se quedarían en el simple papel.
A esto hay que sumar que las proclamas políticas lejos de atraer inversión la ahuyentan. ¿Con qué reglas un inversionista puede arriesgar en el país? ¿Cuántos proyectos pequeños y medianos, por ejemplo en el sector eléctrico, están paralizados? ¿Qué tarifas regirán a futuro para poder calcular adecuadamente la recuperación de la inversión? ¿Existe una definición sobre si se permitirá o no la instalación de plantas de biocombustibles? ¿Qué políticas de precio regirían sobre estos productos?
Esta incertidumbre tiene paralizada a la economía y, lo más preocupante es que, no pocas veces, las arremetidas en contra de los que toman los riesgos vienen desde las altas esferas de Gobierno. La suma de estos elementos contribuye para que estemos rezagados ante nuestros vecinos que han optado por dar impulso a sus economías. ¿Cuánto tiempo más durará esta etapa dominada por la retórica política que desestimula a los actores económicos? ¿Acaso podrá subsistir el país y sus habitantes solamente con el impulso de la inversión estatal?
miércoles, 30 de julio de 2008
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