Para muchos es inexplicable la fijación que tienen algunos economistas ortodoxos en tres temas: la baja inflación, el gasto público y el crecimiento económico. A veces parece que esos economistas fueran unos seres malvados, casi perversos, sin alma ni corazón, interesados en unos números abstractos y no en reducir la pobreza en el país.
Pero resulta que no son tan perversos. Resulta que el crecimiento, el equilibrio fiscal y la estabilidad de precios son extremadamente benéficos para el bienestar de la población y, sobre todo, para el bienestar de los pobres. Y estas conclusiones no se sustentan en una visión ideológica de la realidad, sino en los datos oficiales de pobreza urbana y datos del crecimiento de los ingresos.
Entre 2000 y 2006, cuando hubo un buen crecimiento del PIB, el gasto público creció moderadamente y la inflación cayó, entre esos años pasó algo casi milagroso: hubo una violenta caída de la pobreza. Según el Siise, entre fines de 1999 y fines de 2006, la proporción de pobres en las ciudades cayó de 46% a 18% de la población total (midiéndose la pobreza en base a los ingresos de las personas, con información de las Encuestas de Empleo y Desempleo).
Una caída tan grande de la pobreza es una excelente noticia, una razón para festejar y una razón para aceptar los beneficios de crecer y de mantener la inflación bajo control y las finanzas públicas en equilibrio. Pero las buenas noticias continúan.
Según otra fuente (las Encuestas de Condiciones de Vida) el ingreso disponible de los ecuatorianos creció entre 1999 y 2006 en casi 7% anual, lo cual no es ninguna sorpresa si se considera que el PIB también creció fuertemente. Tampoco debería ser una sorpresa que no todos los ecuatorianos se beneficiaron de igual manera de este crecimiento.
Según un estudio de Leopoldo Tornarolli, recientemente publicado por el Ministerio de Inclusión Económica y Social, los grandes beneficiados de este crecimiento fueron los más pobres del país, cuyo ingreso creció al 12% anual, mientras que para los más ricos el ingreso creció solo al 4%. Esto tampoco debería ser una sorpresa porque una economía estable y con inflación baja facilita mucho que los pobres se beneficien del crecimiento económico.
Hoy estamos viviendo la reversión de prioridades en el manejo económico. Resulta que el crecimiento ya no es importante, que la inflación es secundaria y que disparar el gasto público es bueno. Y estamos empezando a vivir los efectos de esas equivocadas prioridades, cuando una mezcla de estancamiento e inflación amenaza con destruir lo logrado en seis años de estabilidad y crecimiento.
Las crisis siempre golpean a los más débiles. Alguien dijo que nos querían empobrecer a todos, para 'igualarnos hacia abajo'. Mirando estas prioridades políticas, eso no se va a cumplir y van a afectar más que nada a los pobres.
Tomado de: Diario El Comercio
domingo, 13 de julio de 2008
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