viernes, 11 de julio de 2008

Articulo Sobre la Constitucion

Por Fabián Corral B.

Lo de fondo es el poder. No es la Constitución buena o mala. Es el afán de asegurar mecanismos y formas de control sobre la sociedad y las personas. Es la necesidad de tener instituciones dúctiles y gente dependiente del Estado. Todo esto, para articular un modelo hecho según las recetas del novísimo socialismo del siglo XXI -es decir, la versión remozada de antiguos dogmas fracasados- que sigue inspirando a quienes desconfían por principio de la libertad y creen mucho en la planificación burocrática y en la ciega obediencia de las masas. Hay que convencerse, lector: la legalidad no importa, estorba. La ley, desde la visión predominante ahora, no es herramienta al servicio de los derechos de las personas; no, la idea es que sea método disciplinario para la sociedad civil y factor de fuerza estatal, instrumento para modelar al 'nuevo hombre', al 'ciudadano plastilina'.

La función que la Constitución debe cumplir frente al poder y a los individuos define qué concepción del Estado tenemos: si la legalidad se supedita a las necesidades y a las urgencias del poder, tendremos una sociedad civil al servicio del partido o grupo dominante, compuesta por gente afanosa en quedarle bien al burócrata o al político, porque de ellos dependerán la felicidad y el porvenir. Al contrario, si la legalidad se entiende como freno que racionaliza al Estado, que lo limita y establece responsabilidades, tendremos autoridades e instituciones al servicio de la comunidad, respetuosas de las libertades, escrupulosas frente a los derechos individuales. Tolerantes.

¿Qué es la política? ¿Es la 'gestión del poder' para dominar, eliminar adversarios y obtener unanimidades por sobre las libertades y las discrepancias, o es la gestión de la actividad pública para dotar a la sociedad de condiciones razonables de vida, para garantizar los derechos?

En realidad, lo que hoy y aquí está en discusión no es la idoneidad jurídica de la Constitución ni su perfección normativa. ¿Eso, a quién le preocupa de verdad? A muy pocos, a unos cuantos ingenuos que creen todavía en el Estado de Derecho, porque bajo los estilos de improvisación y retórica que predominan, cualquier despropósito jurídico o gramatical luego se remendará 'nomás', o se suplirá con leyes ad hoc, o con sentencias interpretativas de tribunales sumisos, o con el oportuno y acucioso comedimiento de los infaltables y abundantes 'componedores' de la voluntad de mandar.

Lo de fondo, lo que interesa, es que el estreno del nuevo poder no tenga tropiezos. Lo de fondo es quitar las piedras del camino para que los ideólogos del mundo feliz -del que se cayó con el muro de Berlín- festejen su 'utopía caprichosa', para que repitan las prácticas que ya se cumplieron en Estados que solo funcionan con unanimidad, aplauso y adhesión sin reservas, bajo la idea de que la mayoría es el nuevo absoluto, el dios de la ficción democrática. Lo de fondo es hacer posible que los 'enfants terribles' intenten la concreción de sus sueños. Si la tarea de hacer la Constitución estorba al programa y al cronograma, pues, ¿cuál es el problema de hacerla a las carreras e improvisar redacciones y conceptos si, a fin de cuentas, esa Constitución será un catecismo o, apenas, el pobre e inútil paño de lágrimas de los ingenuos?

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