Por Rubén Darío Buitrón
Alberto Acosta queda debiendo muchas verdades: sus silencios pre y post "renuncia" a la presidencia de la Asamblea, su mal entendida "lealtad orgánica", su incoherente permanencia en la curul avalando "los procedimientos atropellados y poco democráticos" que él mismo denunció; su eufórica alegría al final del proceso, abrazado con su reemplazante, Fernando Cordero, frente a las cámaras de los medios a los cuales acusó reiteradamente de "farandulizar la política".
Rafael Correa es otro gran deudor: imbuido de su megapoder, no resistió la tentación de dictar cambios, hacer correcciones, imponer artículos y estigmatizar a los militantes que no compartían sus disposiciones. El Presidente nos debe la incoherencia de quejarse de los "infiltrados" cuando él personalmente armó a la ligera las listas a base de encuestas y cálculos electoreros con caciques locales, ex modelos de televisión, figuras de la partidocracia a la que dice detestar y personajes de la farándula.
La oposición tampoco sale ilesa del proceso: no fue capaz de articular un discurso sobrio y propositivo que hiciera contrapeso democrático a las propuestas de Acuerdo PAIS y no logró que emergiera algún nuevo liderazgo. En una orilla más cerebral, Pablo Lucio Paredes, Galo Lara y León Roldós pudieron salvarse de la crítica, pero también son deudores porque debieron abandonar sus actitudes de francotiradores y motivar la formación de amplias redes ciudadanas que aportaran a un mejor proyecto constitucional.
El Prian y los socialcristianos no tuvieron ideas: su rol fue tan pobre que apelaron a viejas prácticas (los escándalos, los ataúdes, los disfraces de viudad, los carteles, los gritos) para salir en los periódicos y que los invitaran a la radio y la televisión. El gutierrismo, en un alarde de absurdos, presentó un proyecto de constitución que ni siquiera sus asambleístas lo defendieron.
Jaime Nebot, el más potencial contrapeso de Correa, fue un desconcierto. De la pasividad pasó a liderar una multitudinaria marcha que dio luz al mandato de Guayaquil, pero el propio Nebot dejó que la propuesta se diluyera, no tuvo la entereza de ir a la Asamblea a exponer sus tesis y, como muchos empresarios y dirigentes indígenas, ciudadanos, municipales, gremiales y sociales, se enclaustró a la espera de lo que ocurra.
Medios y periodistas caímos en el juego de dejarnos imponer la agenda de Correa. Escribimos millones de palabras llenas de supuestos, miedos y prejuicios. El compromiso social de la prensa con la ciudadanía (demasiado pasiva frente al proceso constitucional) es hacer una amplia y urgente pedagogía sobre la nueva constitución y abrir espacios para la deliberación amplia y pluralista.
Cada actor tiene su deuda y debe pagarla. No hacerlo es una invitación a cerrar los ojos, ignorar la realidad y anticipar el Sí o el No sin saber a qué diremos sí o no resulta una dramática paradoja: la ceguera política es la madre de una sociedad inmadura e irresponsable.
miércoles, 6 de agosto de 2008
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